Casi siempre llegaba a su casa entre las nueve y diez de la noche. Simple, sencilla y programada vida. Le gustaba recostarse en su sofá mientras escuchaba música, hasta que le parecía hora de dormir. Esa noche llegó a las 9:22pm.
La ventana, desde el tercer piso, veía al oriente. Afuera un gran árbol del Balso, calles de casonas antiguas, grandes banquetas con flores y vida: el barrio Prado de Medellín. Dante prefería vivir sus calles por la noche, cuando los ruidos de la ciudad se perdían en zumbidos lejanos de autobuses con motor diesel. El barrio había sido nombrado como su similar de la ciudad de Barranquilla, imitando también los estilos neoclásicos en sus pórticos y balcones. Sus aceras siempre llenas de verdor, deleitaban al transeúnte con los aromas de las flores que pernoctaban bajo la luna, silentes testigos de las figuras que vagan por la noche. A Dante le parecía el lugar más transparente del centro, sobre todo después de la llovizna.
Dante se detuvo un momento a mirar la calle desde su ventana. El farol iluminaba el pasto y las ramas que se extendían por la acera, allá abajo. Era una noche especialmente silenciosa. Una moto pasó zumbando. Mientras se alejaba, se escuchaba en el aire el vibrar de unas campanillas agudas. Dante disminuyó el volumen de la música al percatarse que los ecos aún resonaban. Se asomó por la ventana, apenas perceptibles, pero ahí seguían, con su parsimonioso tintineo. Dante comenzó a buscar el origen de las campanas. No venían del interior de la habitación ni de las habitaciones contiguas y pronto descubrió que sólo las escuchaba desde la ventana.
Comenzó la lluvia, tenue y suave como velo cayendo por la colina. Dante sintió que las calles se lavaban el cansancio. Las pocas figuras que caminaban desaparecieron, dejando sólo la brisa, el asfalto y el pasto. Dante miró la cornisa de su ventana. Tres semillas del árbol del Balso habían volado hasta su habitación. “Cascabeles, ¿no?” se dijo Dante. Como un impulso las retiró de la lluvia, colocó algodón en un vaso y ahí las depositó.
El viento pronto disipó las nubes, y la luna brilló llena, bañando la habitación desde la ventana. Dante se acostó sin sueño, las campanillas habían dejado de sonar. Esa noche soñó que su tía Ana había venido a pedirle las semillas como encargo de un rajá, ya que contenían el secreto para poder encontrar una invaluable joya.
Lo primero que hizo al levantarse fue ir a mirar el vaso de las semillas. Dante no daba crédito, primero pensó que todavía estaba dormido, las semillas no estaban por ningún lado. Después de buscarlas por toda la habitación, salió con prisa de su casa a tomar el bus. Contó tres estrellas pintadas en el piso camino al trabajo, olvidó pronto y el día transcurrió sin contratiempos.
Llegó a su casa a las 9:15pm. Puso música y se tiró en el sillón. Pasado un rato se acercó a la ventana. Miró el vaso de las semillas y tuvo un suspiro involuntario, ahí estaban otra vez. Comenzó a observarlas con mucho detenimiento, preguntándose cómo habían desaparecido y vuelto a aparecer así. “Descaradas” pensó Dante. Las semillas seguían en su mente, y se inventó miles de historias para explicarse el hecho. Ladrones, ánimas, duendes, ángeles, pájaros y hasta el ratón de los dientes figuraron en su listado de sospechosos. Después de mucho pensarlo ya toda la situación comenzó a provocarle risa y sólo las siguió contemplando.
Esa noche la luna volvió a resplandecer en la ventana. Dante soñó que tres hadas descendían del árbol del Balso, pequeñas y esbeltas, con alas de mariposa radiando la inconfundible florescencia de la naturaleza. Dejaban ecos de suaves campanas tras sus aleteos. Llegaron hasta el vaso de la ventana, dónde ahora había un pequeño tallo del árbol, y se quedaron revoloteando a su alrededor.
Esa mañana no le sorprendió que las semillas volvieran a desaparecer. De hecho era algo que deseaba. Lo que si lo extraño fue la aparición de un pequeño tallo del árbol, demasiado grande y hermoso para haberse gestado en una noche con luz de luna.
Salió a tomar su bus rumbo al trabajo. Ese día pensó varias veces en las semillas. Regresó a las 8:40pm esta vez. Al llegar, corrió a la ventana a buscar el vaso. Ahí estaba, con el tallo, pero sin semillas. Dante se sintió decepcionado, pero aún así, no pudo dejar de sentir simpatía por el retoño. A partir de ese día, comenzó a ponerle agua todas las noches, y aunque las semillas nunca volvieron a volar hasta su habitación, Dante siempre coloca el tallo cerca de la ventana, dónde la luna y el árbol del Balso puedan verle.
Para Andrés, por el tiempo y el espacio común.
noviembre 21, 2006
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1 comentario:
Mi querido:
Solo puedo decir por estos días de maravillosa compañía: "GRACIAS MIL". Pasciencia, amistad, compañía, camaradería y ternura. Son algunos de los sentimientos que se me viene a la cabeza. INfinita amistad queda en mi corazón. Cuentas con mi cariño para la vida. Tu amiguis de Medellín. Andrés.
Un abrazo (que empice hoy y nunca termine).
Andrés
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