enero 26, 2009

C: Dos ojos de fuego, cien ojos de piel


Aunque Mako le indicó que no saliera, aún así lo hizo. Desde las chozas que se encaramaban en las alturas de las ceibas, escapaban sonidos de confusión y excitación. Abajo, en un claro entre la maleza, el hombre Jaguar entregaba un par de papiros amarillentos a Mumba, líder de la aldea. Muuk’ nunca había visto a un hombre de Bonampak, y mucho menos un hombre Jaguar. Su madre contaba historias a él y otros niños de los grandes señoríos que se extendían por todo el Mayab, pero el de Bonampak era el favorito de Muuk'.

El extranjero era alto y de piel cobriza, tenía unos 27 años. El cabello negro y largo le colgaba hasta la media espalda. Llevaba la cabeza cubierta por un yelmo de jaguar, su rostro sobresalía entre las fauces de la fiera. Tenía una expresión profunda y tranquila, miraba con benevolencia a la mujer que recibía con honores el mensaje del ahau. Del cuello le colgaba un colmillo bañado en oro, la espalda y el pecho desnudo, con excepción de una cinta de piel del felino que cruzaba en diagonal su cuerpo. La misma textura se repetía en su taparrabos y en los brazaletes que usaba en codos, muñecas y arriba de las rodillas. Las sandalias que portaba eras de una corteza obscura y muy dura, con cintas que contorneaban las pantorrillas hasta sus rodillas. En su espalda, cargaba un cajac con nueve flechas, todas adornadas con plumas verde esmeralda. De su cinturón colgaba una hermosa daga de obsidiana con una piedra roja en forma de corazón en el centro del mango.

Al fin, los murmullos se fueron apagando y se hizo silencio. Muuk' corrió a las faldas de Mako que miraba desde las alturas. Abajo, la anciana inclinó la cabeza en señal de respeto, agradeció a las fuerzas del universo y luego al ahau de Bonampak. Entonces Mumba habló a la aldea "Desde la hermosa Bonampak ha venido este guerrero con un mensaje del ahau. La guerra entre Toniná y Palenque se extiende en el sur y el oeste, siendo cada vez más feroz y más peligrosa para las pequeñas villas de Lacan-Tún. El señor de Bonampak ha ofrecido proteger nuestra tierra de la guerra. A cambio, nuestro pueblo le jura fidelidad y tributo a la hermosa Bonampak." La villa estaba perpleja. Si bien, todos sabían de las guerras entre Toniná y Palenque, esta sería la primera vez que la aldea se uniese a un señorío. Siempre habían sido un pueblo valiente, autónomo como pocos en la región. Su situación de neutralidad les permitía hacer comercio con casi todas las ciudades del Mayab. El jurar lealtad al señorío de Bonampak traería beneficios al pueblo, como la protección de la guerra, los niños podrían ir a Bonampak a instruirse en artes de magia ó guerra, y los ancianos de la villa podrían participar como parte del consejo de sabios de Bonampak. Por otro lado, también precipitaría a la población a la guerra inevitablemente si Bonampak se ganara la enemistad de alguna de las dos ciudades en guerra. "Hemos de reunirnos los ancianos a tomar una decisión. Esta misma noche el ahau tendrá su respuesta." El hombre jaguar inclinó la cabeza en reverencia. Mumba dio instrucciones para que se le dieran todas las comodidades al extranjero y un lugar dónde descansar.

Aún en lo alto, Muuk' siguió con los ojos al hombre jaguar hasta que éste se perdió en la espesura. Soltando la falda de su madre, se precipitó por las escaleras clavadas en el tronco. Mako, que leyó todo, solo le recomendó no molestar al hombre si descansaba. Muuk' no era el único niño de la aldea que se había quedado impresionado por el guerrero. Para cuando llegó a la orilla del río, un grupo de unos 6 chicos observaban cómo el guerrero, solitario, río abajo, extendía sobre una roca al sol su atuendo. Ordenó sus prendas con el yelmo al oeste, la faja, la daga y el cajac en el centro, los brazaletes a ambos costados, como si siguiesen los brazos, el taparrabo y las sandalias al este. Lanzó una mirada a los niños, un tanto curiosa, un tanto sn juego. Luego les sonrió, y, sin dejar de mirarlos, dio dos pasos atrás y se dejó caer en las aguas del río, todavía sonriendo.

Muuk' estaba intrigado con el yelmo. Sabía de las bestias que habitaban la selva, más nunca había visto a un jaguar. Las manchas negras sobre el naranja, la textura suave a la vista y lo amenazador de los colmillos encantaron su mirada. Caminó río abajo para acercarse más al extranjero. Solo lo siguieron dos niños más pequeños que él, enamorados por esas prendas mágicas. Muuk' trepó una piedra a unos cuantos metros de donde reposaba el jaguar al sol. Los otros niños no lo acompañaron, pero permanecieron en la orilla, expectantes. La presencia de la fiera era muy poderosa, como si de un momento a otro el jaguar fuese a rugirle a los niños que lo observaban embelezados.

No había señales del hombre que vestía al jaguar, y la curiosidad de Muuk' lo acercó más a la piedra. Al fin lo vio de cerca. El yelmo era mucho grande que su propia cabeza. Podía ver en detalle las manchas de la piel, el tamaño de los colmillos, los bigotes negros aún rígidos, las obscuras cavidades de los ojos, donde alguna vez brilló el fuego ámbar de las leyendas que Mako contaba.

Muuk' sentía el miedo en sus latidos, pero algo lo mantenía en ese sitio. Dio un paso más para acercarse al jaguar y, entonces, una fuerza lo levantó por la cintura rápidamente. El hombre jaguar, escurriendo agua todavía, tenía a Muuk' colgado en su hombro. Una vez que se percató que no faltaba nada, lo puso de nuevo en la piedra. Muuk' no había podido emitir ni un suspiro, su aliento se paralizo desde que fue levantado hasta que de nueva cuenta sus pies estuvieron sobre la roca. Los dos niños que observaron todo soltaron un par de carcajadas. El hombre también sonreía. Muuk' sintió mucha vergüenza, pero el guerrero le obstruía el paso para escapar de la situación. El jaguar seguía al sol. La mirada de Muuk' nuevamente se posó en el yelmo. "Es muy bello, ¿no?" dijo el hombre, "¿Cual es tu nombre?". "Muuk', señor" respondió en automático el pequeño. "Pequeño Muuk’, debería castigarte por acercarte a mi espíritu guardián. ¿Qué no sabes que el alma de la fiera devora a niños y guerreros por igual?" "yo..." intentó balbucear Muuk'. Estaba realmente avergonzado. Si bien la mirada del hombre jaguar era dura, también brillaba la indulgencia en sus ojos. Se quedaron en silencio un minuto, cuando Muuk’ preguntó "¿Qué hizo con los ojos de fuego?". Se dibujó una amplia sonrisa en la cara del hombre. "Sus ámbares los regresé a nuestra madre, bien profundo, para que así pudiera reconocer el camino en el inframundo. Así debe de hacerse, sobretodo con los rivales de guerra." El hombre tomó el yelmo con ambas manos y lo sostuvo unos segundos. Luego, lanzándole una sonrisa cómplice a Muuk', le dijo que se acercara. "Balaam suele embrujar a la gente." le dijo "Sacerdotes, doncellas, grandes señores. Siempre gente que siente el llamado del dios-fiera, todavía no se si son valientes o temerarios.” Guardó silencio un momento y luego le dijo “Puedes tocarlo". Muuk' acercó su mano a la nariz. Dudó un segundo, y luego la acarició. Era más suave de lo que pensaba.

"¿Qué pasa si no se regresan los ojos a la tierra?" Preguntó Muuk'. "Se convertirán en espíritus errantes, espectros que no pueden descender al Xibalbá y acosarán a quien les haya impedido ver el camino de los muertos." El hombre se quedó mirando a la nada un minuto, como si recordara algo, "De cualquier forma, dicen que si haces eso a tus enemigos, el mismo espíritu Balaam, el dios fiera, se encargará de venir por tus ojos para que otros puedan ver ".







Los techos de palma seca ardían entre las flechas en llamas que zumbaban en el aire. Se levantaban gritos de horror y desesperación de los habitantes. Los mismos guerreros que lanzaban las saetas e incendiaban las chozas de las ceibas, esperaban que los habitantes bajaran de los árboles para matarlos en tierra. Masacraban por igual a hombres, mujeres y niños apenas tocaban tierra. Algunos intentaban defenderse de sus atacantes arrojando objetos desde lo alto, mientras otros intentaban sofocar el fuego en el que ardían todas sus pertenencias. Toniná atacaba la pequeña villa.

Muuk' reconoció la gran piedra junto al río. Habían llegado finalmente. En su corazón albergaba la esperanza que Toniná todavía no hubiese atacado la aldea, más pronto descubrió con horror que llegaban tarde. Detuvo a sus hombres en una encrucijada, dos de ellos conocían tan bien como Muuk' el terreno. Dos grupos con arqueros rodearían la ciudad y un tercer grupo iría a la vanguardia. La prioridad, dijo Muuk’, era la vida de los inocentes.

Cuando llegó al claro principal de la villa, debajo de las casas, contó 12 guerreros. Las flechas seguían volando por el aire. Los gritos de la gente se confundían con los aullidos de los monos y el griterío de las aves. La furia y el horror lanzaron a Muuk' al frente. Tomó su daga de obsidiana colgada del cinto y la enterró por la espalda al primer guerrero de Toniná que encontró en su camino. Los hombres de Toniná se impresionaron al ver al grupo de hombres de Bonampak que defendían la villa. El líder era un guerrero jaguar. Las flechas cambiaron de blanco a los hombres de Bonampak. Con un grito aterrador, Muuk' se lanzó contra un guerrero que apenas y pudo desenvainar su arma antes de ser penetrado en el hombro por la obscuridad de la daga Jaguar. Nuevos zumbidos rompieron el aire, flechas con plumas verdes atravesaron la garganta de dos hombres de Toniná. Como si fuese su brazo, la daga de Muuk' atacó a otro guerrero que se defendía. Dos estocadas fueron suficientes para romper su escudo de roble, al tercer golpe, la daga entró por entre los ojos de su rival. Los guerreros de Toniná corrieron hacia el río para escapar. Los hombres de Muuk' ya estaban dentro de la aldea, persiguiendo a sus rivales. Dio la instrucción de que los siguieran y atraparan. Algunas chozas todavía ardían en la altura, los habitantes del pueblo no reconocieron a Muuk', el dolor de sus muertos y perdidas los enceguecía. Entre la maleza había cuerpos mutilados o cruzados por flechas. Entonces Muuk' la vio. Se arrodilló ante Mako, que yacía entre la tierra, embarrada de sangre y sin respiración, con una flecha en el pecho y otra en el abdomen. Muuk' sintió cómo se le desgarraba el interior, sintió un gran calor, le dieron ganas de correr y aullar por toda la selva. Nunca se creyó capaz de sentir tanto dolor. Se le nubló la vista y perdió el equilibrio. El cuerpo le ardía, sus entrañas se quemaba, la rabia le endurecía la mandíbula, le llenaba de impotencia y de odio.

El segundo al mando de su grupo se acercó para reportarle el estado de la situación. "Perseguimos a ocho guerreros por la selva, de los cuales, perecieron tres en la persecución. Uno se quitó la vida a si mismo al verse atrapado y el resto se rindió. Fueron 18 hombres los que vinieron de Toniná a atacar la aldea según confesión de los prisioneros. Los cautivos ya están amarrados y listos para llevarlos a Bonampak". Sin darle ni una mirada a su subordinado, Muuk' le ordenó "¡Mátenlos a todos! Quiero los ojos de esos infelices.", "Pero señor..." Bastó una mirada del hombre jaguar para que se cumpliera la orden. Los ojos de los guerreros fueron hilados las hebras de un agave y colgadas en un cedro, lejos de la aldea.

La noche se cernió sobre la gran Lacan-Tún. Las bestias de la noche se empezaron a mover. Muuk' tomó el camino al río. Llegó hasta la piedra dónde conoció al hombre jaguar y, de la misma forma, se despojó de su atuendo. Entre la espesura, vio un par de destellos ámbar, dos chispas de fuego que caminaba entre las sombras. Caminó hacia ellos, sintiendo el interior de su cuerpo ya consumido.